Richard Coleman: una guitarra heroica suelta en La Plata


Parte esencial de la movida que cambió el rock nacional en los 80, el artista llega a la Ciudad para mostrar su último trabajo, “F-Á-C-I-L”.
Desde las sombras, desde el “under”, como le gusta llamarlo a él, Richard Coleman se ha erigido como una guitarra fundamental para narrar la historia del rock nacional a partir de su ruptura en los 80. Tocó con Charly y Calamaro, fue durante un breve lapso el cuarto integrante de Soda Stereo, hizo temblar las certezas de la escena (sobre el horizonte musical y sobre él) con cada lanzamiento de Los 7 Delfines y trabajó con Cerati en sus últimos dos discos, antes de lanzarse como solista, calidad en la cual llegará esta noche a las 21 a Pura Vida (Diagonal 78 entre 8 y 61), con banda completa (la Trans-Siberian Express), para mostrar su último disco, “F-Á-C-I-L”, lanzado el año pasado.
“Finalmente pude armar un show en La Plata para ir a tocar con mi banda eléctrica. ¡No fuimos nunca, loco! Y es tan estúpido no ir a tocar a un lugar con tanta cultura rock por una cuestión de infraestructura”, se ríe Coleman en diálogo con EL DIA: ayudado por Lucas Finocchi, guitarrista de Mostruo!, que abrirá el show, Coleman consiguió armar “un show súper rockero” que recorrerá el repertorio de Coleman y casi todo el disco nuevo, “F-Á-C-I-L”, donde el integrante de la mítica Fricción ensaya un regreso a los días de post-punk.
Días que han quedado algo sepultados por la lectura kitsch que el siglo XXI ha hecho de los 80: “La visión retro siempre es caricaturesca. Es el mainstream que festeja al mainstream de hace 30 años. La cultura underground nunca se llega a comprender del todo”, le quita importancia al fenómeno Coleman, y explica que se decidió a volver a aquellos años no como una forma de resistencia sino como algo que naturalmente ocurre en él porque “para cualquier artista las principales influencias están en la edad de formación, que van entre los 13 y los 25, ponele. Ahí entra el caudal de data que te va a guiar el resto de tu vida. Yo en ‘F-Á-C-I-L’ hago la revisita más importante que hice en los últimos años al post-punk, pero no lo hago con nostalgia, sino por una necesidad de reavivar el placer de tocar, de hacer música. Anda a saber en el próximo disco qué me dan ganas de hacer, pero siempre voy a estar recomprendiendo cosas que ya entraron en mi formación”.
En aquellos años formativos Coleman, nacido en 1963, formó parte de Siam, con Melero y Ulises Butrón, y de Metrópoli, también con Butrón, y también ya lo había llamado Soda, en 1983, para ser el cuarto integrante y agregar con una segunda guitarra más fuerza al grupo. Coleman nunca se sintió parte del grupo, al que ya percibía como un trío natural, y finalmente dejó todo para encausar una carrera universitaria porque no veía en la música una carrera musical.
Pasó por la facultad de Ciencias Exactas (“me di cuenta que los físicos estaban más chiflados que los músicos, y me quedé con los músicos”) porque “no se me ocurría que había otra cosa para hacer, yo fui criado de esa manera, ese era el mandato”. Pero, finalmente, “se dio por maduro que tenía que dedicarme a la música”.
Mientras tanto, Coleman seguía juntándose a tocar con Cerati, Christian Basso y Fernando Samalea: el cuarteto sería la formación inicial de Fricción, una banda que tras ser banda de apoyo de Charly García y Calamaro, se disolvería por tratarse de la segunda ocupación de todos sus integrantes: Soda, por ejemplo, explotaba con “Nada Personal” el mismo año que Fricción comenzaba a caminar.
Entre aquellas bandas y en aquellos apellidos operó la renovación de la escena que cambió el rock nacional para siempre. “Ser parte de una renovación era deliberado: no queríamos ser el nuevo mainstream, pero no nos sentíamos identificados con lo que estaba sonando. No es que queríamos cambiar el rock: no nos identificábamos con lo que pasaba y necesitábamos hacer lo que nos parecía. El cambio era consecuencia de una necesidad de que nuestra voz esté en algún lado”, explica hoy Coleman, que iniciaba entonces un camino apartado del mainstream que marcaría su carrera. “No me interesa la música masiva”, acepta, por lo cual “sería contradictorio” perseguir ese público. “Pero sí quiero llegar a más gente tratando de demostrar que hay una sensibilidad común que está vallada por la falta de difusión: hay mucha gente que puede consumir algo más que lo que te impone la sociedad de consumo, hay sensibilidad, pero hay que descubrirla y cuidarla”.
SU AMISTAD CON CERATI
Otros nombres de aquella escena, en cambio, sí aspirarían a los grandes estadios: su amigo Gustavo Cerati, por ejemplo, se convertiría en uno de los grandes próceres del rock de los 90, algo que, dice Coleman, no fue accidental. “Lo de Gustavo era un objetivo, lo charlábamos cuando éramos pendejos. Él quería provocar un cambio desde adentro, mejorar el nivel de la música de consumo masiva, y a eso se dedicó”, revela.
“Gustavo”, recuerda Coleman, “además de su talento musical, era dueño de un carisma, de un poder de convocatoria, ya desde pibe era brillante, carismático, estaba en un lugar y la atención se iba hacia él. Y esas son características de un artista popular. Después estamos los que permanecemos y tenemos un lugar, y vamos para adelante contra viento y marea”.
Coleman se mantuvo muy cercano a Cerati, acompañándolo en aquellos insospechados últimos años de su vida y participando en la grabación de “Ahí vamos” y “Fuerza natural”. “Haber estado con él en su momento de mayor madurez artística, donde el talento y la inteligencia se juntaron para llegar a hacer lo que él quería, haber participado en el trabajo de composición y la gira de ‘Fuerza Natural’, que es su obra mayor (aunque no sea la más popular), para mi es… qué bueno que pudimos hacerlo. Estoy muy orgulloso de mi amigo y feliz de haber compartido esos últimos años con él”, cuenta Richard con emoción clara en la voz, y dice que “día a día, cuando estoy un poco perdido a la hora de tomar decisiones artísticas, pienso qué hubiera hecho él, reviso un poco, me acuerdo de algún detalle…”.
Entre el último disco de Los 7 Delfines, “Carnaval de fantasmas” (2008) y “Fuerza Natural” (2009), se daría un quiebre en las búsquedas de Coleman, que se lanzaría a la aventura solista, en la cual lleva ya cinco discos publicados. “F-Á-C-I-L”, acepta, es su disco más “accesible”, parte de un proceso de amigarse con la audiencia que comenzó con “Incandescente” (2013). “Vengo tratando de hacer que se entienda de una manera cada vez más fácil lo que yo hago… a ver si así, si te lo deletreo…” dice riendo en alusión al título del track inicial y del álbum, “un disco musicalmente accesible pero no por eso relajado. Es un trabajo intenso, fino y súper elaborado, pero se trata de que eso no se note, que lo escuches al pasar y digas ‘qué bueno, ¿quién es?’”.
Un disco donde, también, pareciera sacudirse otra etiqueta que lo acompañó toda su vida, la de artista “dark”. “Es una etiqueta que era más trabajo discutirla que asumirla y hacerse cargo: así fue que salió el disco ‘Dark’, de Los 7 Delfines, un disco que no es nada dark. Le puse la tapa negra, pero en la contratapa me estoy cagando de risa”, confiesa Coleman, y lanza risueño: “Esa es mi carrera: siempre hay algún guiño para el que lo entienda, y el que no, ya le caerá la ficha. Y si no, que le guste también: no tiene por qué caerle siempre la ficha de lo que hago. No es que me esté peleando con el mote, pero me aburre. Me aburre y me limita, y me molesta cuando me limita. Mi música siempre fue un poquito más de lo que se supone que debería ser. Pero el negro me queda bien, igual”.

 

Fuente: edicioncalificada.com.ar