Habla del terrible asesinato de María Soledad Morales, en Catamarca, en la década del 90. Está disponible en Netflix.
“María Soledad, el final del silencio”, de Lorena Muñoz (Netflix), recoge nuevos testimonios sobre uno de los casos criminales más emblemáticos ocurridos a principios de los años 90, y tapado desde el poder.
La historia de María Soledad Morales reaparece en pantalla. En setiembre de 1990, se dio la noticia -por la televisión catamarqueña, prudente, reticente- que una chica había sido asesinada. Cuando sus compañeras empezaron a reclamar justicia con crecientes “marchas del silencio”, y se afirmaba la sospecha sobre el hijo de un diputado nacional y una diputada provincial, ahí fue también la televisión porteña, con Telenoche a la cabeza. Y ahí se mantuvo, mostrando cómo el gobernador de la provincia encubría al sospechoso, el Gobierno nacional intervenía la provincia, y nuevas elecciones desplazaban al caudillo encubridor.
Los jueces prohibieron de inmediato el trabajo de radios y televisoras. Pero ellos terminaron fuera de la causa. Vuelto a fojas cero, el juicio comenzó de nuevo, con la televisión, otros jueces, y algo de justicia. Para entonces, ya habían pasado siete años desde aquel crimen.
Ahora, con la resolución del caso, reaparece en un nuevo documental, muy sólido, “María Soledad, el final del silencio”. El material de archivo es enorme, ahí están todos, los jefes policiales, los periodistas locales, los padres del asesino, muy ofendidos con sus acusadores, las marchas de 30.000 personas y la marcha de solo 7000 del Gobierno con la frase “quieren dividir a la familia catamarqueña”, y los careos más reveladores del segundo juicio, evidenciando, por ejemplo, la soberbia de una amiga del poder y el miedo de un testigo “apretado” que prefiere mentir antes que pasar de nuevo por “la salita”.
A eso se suman los recuerdos actuales del fiscal de instrucción, doctor Gustavo Taranto, y la monja Marta Pelloni, “héroe sin capa”, como la define una de sus alumnas, y, sobre todo, se suman los recuerdos de aquellas chicas que entonces tenían apenas 17 años y para la primera marcha Pelloni les pidió que cada una llevara la autorización de sus padres. Viejos tiempos, dramas que se repiten, evidencias que se transparentan más claramente, resistencias que crecen.
Hoy el asesino ya salió en libertad, se casó, y se quedó solo, repudiado por su esposa bajo la acusación de violencia de género. Lo mismo, un cómplice necesario. Otros, cuyos nombres se saben, nunca fueron a juicio. “No quise hablar con los asesinos porque no les quiero dar voz cuando María Soledad no la tiene”, ha dicho la directora de este documental, Lorena Muñoz.